¿Quién no se apuntaría a pasar una noche mágica celebrando una fiesta tradicional en un pueblo de montaña, a disfrutar de los deportes de aguas bravas o a atravesar a pie uno de los pocos desfiladeros?

Medianoche en un pueblecito recóndito de los Pirineos. Todas las luces están apagadas y, de repente, una serpiente luminosa formada por hombres que transportan troncos encendidos sobre los hombros baja zigzagueando por la montaña. Como cada año, con la llegada del buen tiempo muchos pueblos de los Pirineos celebran el solsticio de verano corriendo (o bajando) las fallas.

Las fallas son troncos o ramas que preparan los jóvenes del pueblo. En un lugar elevado de la montaña donde previamente se ha plantado un pino, estos troncos se prenden y comienzan a bajarse hacia el pueblo. Una vez allí, los fallaires encienden una gran hoguera y son recibidos con todo tipo de danzas tradicionales, música y bebidas. El ritual, documentado desde el siglo xi, está relacionado con el culto solar que antiguamente se hacía para agradecer a los dioses las buenas cosechas y la llegada del buen tiempo.

Nos apuntamos al agradecimiento y disfrutamos de una noche mágica de fuego, música y risas. Al día siguiente nos levantamos cansados pero con la satisfacción de haber vivido una de las tantas fiestas del fuego de los Pirineos, que en noviembre de 2015 fueron declaradas Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. La mayoría de estas fiestas se celebran en verano, como las bajadas de fallas de la Alta Ribagorça (en los pueblos de Durro, Senet, Vilaller, El Pont de Suert, Barruera, Boí, Erill la Vall y Taüll), las fallas de Isil, las fallas de Andorra o la quema deth Haro en Les y deth Taro en Arties. Solo un par de estas manifestaciones, las Fia-faia de Bagà y de Sant Julià de Cerdanyola, se desarrollan en Nochebuena, el 24 de diciembre. 

 

Alguien —quizá nuestra voz interior— nos recuerda al oído aquello de carpe diem, una expresión latina que significa algo así como «aprovecha el momento», «no dejes pasar el tiempo», «disfruta de los pequeños placeres de la vida y olvida el futuro, que es incierto». Le hacemos caso y nos decidimos a disfrutar al máximo del presente participando en una jornada de aventura en el río Noguera Pallaresa, considerado uno de los mejores de Europa para la práctica de actividades de aguas bravas. Optamos por el rafting, un deporte que consiste en bajar a toda velocidad por los rápidos de un río a bordo de una embarcación neumática (el raft). A simple vista puede parecer peligroso, pero no es así. La caída al agua no representa ningún problema, ya que los tripulantes van equipados con casco, chaleco salvavidas y traje de neopreno. Además, la compañía de un monitor que sabe interpretar perfectamente el río es motivo de tranquilidad. El recorrido es emocionante, lleno de sorpresas y chapuzones. Sin duda, una buena terapia contra el aburrimiento llena de emociones fuertes y descargas de adrenalina.

Necesitamos otra jornada para calzarnos las botas de caminar y disfrutar de una excursión impresionante y vertiginosa: la travesía del desfiladero de Mont-rebei. Se trata de una ruta que recorre uno de los pocos desfiladeros vírgenes del país a través de un camino excavado en la roca, literalmente colgado de una de las paredes verticales del cañón, a más de 500 metros de altura. Rodeados de un paisaje espectacular, en absoluta comunión con la naturaleza, avanzamos por este sendero escuchando el sonido de nuestros pasos seguros y firmes, y poco a poco nuestras preocupaciones cotidianas se desvanecen. La ruta acaba en la Pertusa, una pequeña ermita suspendida sobre una esbelta roca desde la que disfrutamos de unas vistas espectaculares sobre el desfiladero y el embalse de Camarasa, que queda a sus pies. Dicen que lo mejor de un viaje no es el destino, sino el camino que hay que hacer para llegar a él. En este caso, tanto el destino como el trayecto nos dejan maravillados.

La siguiente parada de este periplo aventurero por los Pirineos nos lleva al Parque Nacional de Aigüestortes i Estany de Sant Maurici, el gran espacio protegido que mejor representa los paisajes de alta montaña en Cataluña. Hoy toca caminar y disfrutar de la naturaleza sin más filtros que nuestras propias limitaciones. Tenemos casi 15 000 hectáreas de cimas, ríos, cascadas y lagos que descubrir. Y diversas maneras de hacerlo: solos, acompañados de un guía interpretativo o, en invierno, con unas raquetas de nieve en los pies. Miremos donde miremos, lo que vemos nos fascina. Vayamos donde vayamos, lo que vivimos no nos deja indiferentes. Durmiendo en un refugio, paseando por un bosque de abetos, contemplando un rebeco o una marmota, coronando cimas que rozan los 3000 metros o yendo de picnic a la orilla de un lago... Aquí, en un lugar como este, respirando el aire más puro de las montañas del Pirineo, decidimos que combatir la pereza es fácil.

Para acabar, viajamos hasta la Val d’Aran para ponernos unas botas de montaña y conocer una de las muchas opciones que este territorio ofrece a los amantes del senderismo. Nosotros escogemos Eth Setau Sagèth, una travesía de alta montaña que transcurre íntegramente por la Val d’Aran. Es un recorrido por la historia del valle a través de sus pueblos, riberas y collados, que han visto pasar a mineros, pastores de la trashumancia y comerciantes con la mercancía cargada a lomos de las mulas. El itinerario, de 103 kilómetros, es circular, con punto de partida y de llegada en Vielha, y está pensado para hacerlo en cinco etapas.