Hay quien dice que el monasterio de Sant Pere de Rodes se construyó sobre un antiguo templo pagano dedicado a la diosa Afrodita Pyrene. Otros sostienen que su origen enlaza con la historia de tres religiosos que llegaron al lugar perseguidos por intentar salvar las reliquias de san Pedro, y que el primer edificio de lo que sería el futuro cenobio se construyó, precisamente, sobre la cueva donde se escondieron las reliquias. Sea cual sea la verdad, lo cierto es que el monasterio conoció su época de mayor esplendor entre los siglos x y xiii. Después de esta etapa se inicia un proceso de decadencia que culmina cuando los monjes que lo habitaban lo abandonaron. La restauración a que fue sometido consiguió salvarlo de la ruina y hoy es uno de los monumentos más representativos de todo el románico del país.

Llegamos a Sant Pere de Rodes por una zigzagueante carretera desde la población más próxima, El Port de la Selva. Una curva tras otra, vamos subiendo por la montaña hasta encontrarnos con la impresionante estampa del monasterio, precedida de la bella ermita de Santa Helena y con los restos del castillo de Sant Salvador, que corona la sierra de la Verdera, detrás del gran cenobio. La mera vista del conjunto monumental, con las montañas del cabo de Creus, la bahía de El Port de la Selva y parte del golfo de León, con el mar como telón de fondo, nos deja con la boca abierta. ¡Y eso que aún no hemos comenzado la visita!

La iglesia, el campanario, la torre del homenaje, los dos claustros, la cripta, la antigua bodega, el palacio del abad, las sacristías, las celdas de los monjes... cada espacio cobra vida cuando lo visitamos de la mano de uno de los guías del monasterio, que adereza con historias y anécdotas la entrada en cada dependencia. Así descubrimos, para empezar, que nos encontramos en un monasterio benedictino, es decir, que los monjes que vivían en él seguían la regla de San Benito, haciendo vida contemplativa y dedicando su tiempo a trabajar y rezar. También nos enteramos de que la primera noticia del monasterio data del año 878 y que con el tiempo se convirtió en uno de los más importantes del condado de Empúries, centro de poder feudal y espiritual. Entre sus dominios estaba el pueblo de Santa Creu de Rodes, dedicado al comercio y a la producción artesana, que entre los siglos xii y xiv, gracias a los peregrinajes, disfrutó de una gran prosperidad y llegó a tener hasta unos 250 habitantes. Nos maravillamos a cada paso disfrutando de las formas elegantes y austeras del románico lombardo, pero quedamos especialmente fascinados contemplando la portalada de la iglesia, decorada con esculturas de mármol blanco, obra del Maestro de Cabestany, y su interior, donde nos sentimos pequeños e insignificantes ante la amplísima nave cubierta con una imponente bóveda de cañón apoyada sobre grandes pilares con columnas adosadas.

Antes de irnos, nos sentamos a comer en el restaurante situado en el interior del monasterio, en un comedor con una vista espectacular, donde recuperamos fuerzas para visitar la ermita de Santa Helena de Rodes y subir al castillo de Sant Salvador. Tras una caminata de 20 minutos por la sierra de Verdera, la recompensa al esfuerzo aparece ante nuestros ojos: los restos de un castillo medieval y una vista que no olvidaremos nunca, con el golfo de Roses, toda la llanura del Empordà, el cabo de Creus, los Pirineos... y, si el día es claro, incluso la isla de Mallorca.